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ISSN: 2710-088X - ISSN-L: 2710-088X

Volumen 4  No. 9  /  Enero - abril 2022

Páginas 109 - 132

 


 

El problema de la objetividad y la subjetividad en las ciencias sociales

The problem of objectivity and subjectivity in social sciences

 

 



Saúl Marcelo Chinche Calizaya

marcelochinche@hotmail.es

 https://orcid.org/0000-0003-1662-0645

Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba, Bolivia


 

 

 

Recibido octubre 2021/ Arbitrado noviembre 2021/Aceptado noviembre 2021/Publicado enero 2022

 

 

Resumen

 

 


El presente trabajo buscó generar reflexiones en torno a la antinomia histórica construida acerca de la objetividad-subjetividad en el campo de las Ciencias Sociales. Frente a ello, las Ciencias Sociales, deben distanciarse definitivamente de los postulados de objetivación del positivismo y abrazar las posibilidades que ofrece una perspectiva de interpretación en cuanto al examen y la comprensión de los fenómenos sociales (reconociendo con ello, la trascendencia e importancia de la subjetividad). Esto exige, plantearnos el gran desafío auto-reflexivo y auto-crítico de “objetivar la objetivación”; es decir, desnudarnos intelectualmente y valorar críticamente nuestras indumentarias teóricas y metodológicas.


Palabras clave: Objetividad; subjetividad; antinomía; objetivación; comprehensión; saber social; praxis; subjetividad- objetivante


 

 

Abstract

 

 


This work seeks to generate reflections around the historical antinomy built on objectivity-subjectivity in the field of Social Sciences. Faced with this, the Social Sciences must definitively distance themselves from the postulates of objectification of positivism and embrace the possibilities offered by an interpretive perspective regarding the examination and understanding of social phenomena (thereby recognizing the transcendence and importance of the subjectivity). This requires posing the great self-reflective and self-critical challenge of “objectifying objectification”; that is to say, to strip ourselves intellectually and critically assess our theoretical and methodological clothes.


Keywords: Objectivity; subjectivity; antinomy; objectification; comprehension; social knowledge; praxis; subjectivity- objectifying


 

 

 

INTRODUCCION

 

 

 
Una de la preocupaciones centrales de las Ciencias Sociales giran en torno a ir desvelando la verdad del mundo social; la comprensión e interpretación de aquellos mecanismos y condiciones socio históricas que orientan la práctica científica y que son productos cognoscibles de la mente humana, al igual que lo económico, político, religioso, jurídico, técnico, entre otros; resultantes de la acción y práctica social que promueve un determinado colectivo humano; las obras de la sociedad y en especial, ese mundo social en el que se produce el conocimiento. De hecho, la práctica científica en las Ciencias Sociales queda efectivizada en aquellas reflexiones, percepciones e imágenes devueltas a un sujeto cognoscente por otros sujetos de similar condición, dotados de instrumentos de análisis similares o distintos sobre el mundo social –con una intencionalidad no tanto de cuestionar y polemizar, sino más bien de develar, desenmascarar e iluminar lo oculto, pero sin dejar de mirarse hacia mismo-, que lejos de destruir o desacreditar, posibilite mayores niveles de comprensión y reforzamiento de la producción y reproducción del conocimiento acerca de la realidad del mundo social, que se prolonga hacia una verdad que todavía no está materializada o mejor dicho, nunca será posible conquistarla en términos definitivos.

Tales afirmaciones reconocen abiertamente que resulta inevitable referirse a las implicancias que trae consigo realizar abordajes teóricos en torno al desarrollo de la práctica científica social y que involucra tanto a la objetividad como a la subjetividad; las cuales no sólo han ido moldeando las prácticas y los productos de la ciencia social; sino que constituyen referentes bajo los cuales se ha construido el edificio del conocimiento social; además de encontrarse profundamente arraigadas en la percepción ordinaria del mundo social y político, así como el sentido común tanto científico como cotidiano.


 

 

                                                                                                                                     DESARROLLO

U

 
Una de las antinomias que ha primado con mayor fuerza y profundidad en el campo científico-social es el referido  a la oposición aparente entre objetivismo – subjetivismo que ha moldeado las prácticas y los productos de la ciencia social de principio a fin; pero sobre todo, por encontrarse arraigados en la percepción ordinaria del mundo social y político, así como el sentido común tanto científico como cotidiano.

Así, podemos asegurar que “de todas las oposiciones que dividen artificialmente a la ciencia social, la fundamental y la más ruinosa es aquella que se establece entre el subjetivismo y el objetivismo” (Bourdieu, 2007, p.43).

Esto no resulta nada extraño si nos ponemos a revisar de manera general, aquellos fundamentos bajo los cuales se ha construido el edificio del conocimiento social y que ha mantenido en vilo esta clásica separatividad y distinción entre aquello considerado objetivo y aquello subjetivo y, sobre los cuales, se han ido profundizando determinadas acciones y formas renovadas en los modos de conocimiento y aprehensión del mundo social; aunque reconociendo –claro está- la supremacía del objetivismo sobre el subjetivismo.

La supremacía objetivista propugna como fundamento básico, el logro de niveles cada vez mayores de credibilidad del conocimiento y que sólo a través de ella es posible producir ciencia. De igual modo, asume como premisa básica –simplificadora y reduccionista- que el conocimiento se obtiene en tanto existe una realidad-objeto claramente separado del sujeto que la conoce, controla y aisla, limitando con ello, cualquier posibilidad de interinfluencia entre sujeto-objeto.

De hecho, la ciencia de institución tiende  a  instaurar como modelo de la actividad científica una práctica rutinizada, donde las operaciones científicamente más decisivas pueden ser llevadas a cabo sin reflexión ni control crítico, puesto que la  impecabilidad  aparente  de  los procedimientos visibles (...), desvía de toda interrogación capaz de cuestionar la respetabilidad del científico y de la ciencia. (Bourdieu, 2008, p.47)

 

Esta forma de concebir la ciencia de institución, ha separado radicalmente la realidad objetiva entendida como dimensión externa del sujeto que la conoce, olvidando que ese acto de conocer el mundo es, por esencia, una construcción valorativa que permite al sujeto crear una representación del mundo; esto en el sentido de comprender que el sujeto no descubre al objeto, en todo caso lo inventa.

Al ser un producto humano, necesariamente posee fuentes de origen en la subjetividad humana; pero que de manera arbitraria, el pensamiento –influenciado por el objetivismo-, se ha encargado de excluir sistemáticamente esta subjetividad, con la única finalidad de construir un “pensamiento moderno” fundado en la objetividad que asume –desde ya- como premisa básica histórica, la exclusión del sujeto.

El principio de la confrontación epistemológica entre el objetivismo y el subjetivismo, y aquello que está en juego en esa lucha, es la idea que la ciencia del hombre se hace del hombre, es decir del objeto, pero también del sujeto de la ciencia (y que sin duda varía en  el sentido del objetivismo o del subjetivismo según sea más o menos amplia la distancia objetiva y subjetiva del sujeto al objeto de la ciencia). (Bourdieu, 2007, p.75)

Desde nuestra perspectiva, tanto lo objetivo como lo subjetivo, constituyen modos de conocimiento que son indispensables en la profundización de la ciencia social y, sólo reconociendo y valorando las aportaciones de ambas en la comprensión del mundo social será posible evitar reduccionismos acerca  del  conocimiento  del mundo social planteadas desde la fenomenología social (subjetividad) o desde la física social (objetividad), cual fue un término inicialmente utilizado por el francés Augusto Comte.

Lograr tal aspiración, implica ir superando el antagonismo epistemológico de estos modos de conocimiento, rescatando sus aportaciones y desarrollos teóricos de “cada uno de ellos (sin omitir lo que produce la interesada lucidez sobre la posición opuesta)”… haciéndose necesario para ello, “explicitar los  presupuestos  que tienen en común en cuanto modos de conocimiento doctos, igualmente opuestos al modo de conocimiento práctico que se halla en el principio de la experiencia ordinaria del mundo social” (Bourdieu, 2007, p.43).

De lo que se trata, es de ir vislumbrando un saber social que aspire a transformar la vida cotidiana, que recupere el sentido práctico, las particularidades, especificidades y subjetividades de los sujetos como actores que construyen significados y discursos sobre los procesos sociales y el devenir histórico; valorando y reconociendo la contextualidad (contexto social), que es producida y reproducida en la praxis cotidiana a través de conductas colectivas cotidianas –prestando atención especial a la diferencia y la diversidad-, como fines privilegiados para la comprensión de lo social.

A su vez, la comprensión de lo social dada su naturaleza, es siempre algo inacabado que no avanza en un único sentido y dirección; además que al interior de la misma -dada su dinamica-, continuamente se van generando transformaciones no lineales   o predeterminadas. Ello queda ampliamente corroborado por la dinámica del progreso científico que en el caso de la ciencia social, supone un progreso en el conocimiento de las condiciones del conocimiento; por eso exige obstinados retornos sobre los mismos  objetos….  que  son otras tantas ocasiones de objetivar más completamente la relación objetiva y subjetiva con el objeto. (Bourdieu, 2007, p. 9)


 Lo contrario a esta forma de concebir el saber social, significaría hallarse frente a un saber hermético, aislado y atrofiado; cuyo desarrollo y surgimiento en el ámbito académico fue concebido para quedarse allí; que es mercantilizado y homogeneizado – vertiente simplificadora, objetivista, universalista, lineal y convencional, promovido por un imperialismo cultural-, que elimina la particularidad, la especificidad y la naturaleza esencial de las cosas; pues interesa construir generalidades en la comprensión de una realidad que privilegia el aislamiento y enfrentamiento radical con la praxis social (cotidianeidad) y el contexto, a través de la imposición de sentidos sociales definidos y preestablecidos, valorando la reiteración y la causalidad lineal de las cosas.

De hecho, al modo similar de las dominaciones de género o de etnia, el imperialismo cultural apela a una violencia simbólica que se sostiene sobre una relación de comunicación destinada a promover la sumisión y la universalización de los particularismos ligados a una experiencia histórica singular, a fin de que ya no sean reconocidos como tales. (Bourdieu, 2002, p.122)

Continuando con este análisis, no resulta extraño apreciar ciertas tendencias que consideran que el  mundo  social  se  halla constituido por una serie de entidades microsociales y macrosociales, salvaguardando el hecho de la imposibilidad de hallar líneas divisorias y demarcatorias entre ambas; apreciándose más bien, una especie de continuum que va desde el extremo micro hasta el extremo macro.

Tanto en la vida cotidiana como en el mundo académico, una premisa básica construida alrededor de ambas, se halla referida al hecho de que los fenómenos existentes en el mundo social, se distinguen por su magnitud que oscilan desde las más grandes a las más pequeñas.


Así, por ejemplo, en un nivel macro pueden situarse fenómenos sociales de gran escala como las sociedades y las culturas; en  un nivel micro pueden situarse los actores individuales, sus pensamientos y acciones sociales.

En ambos niveles -macrosocial y microsocial-, es posible hallar las dimensiones objetivo - subjetivo del análisis social.   Por ejemplo, a nivel micro los actores individuales construyen procesos mentales subjetivos propios (ideas, percepciones y pensamientos orientadores en la comprensión de los fenómenos sociales); además de pautas objetivas de acción e interacción con las que el actor (sujeto) se encuentra comprometido (actuación individual frente al fenómeno que es único y genuino).

En el nivel macro, puede notarse que la sociedad se halla conformada por estructuras objetivas (gobierno, instituciones, leyes); además de fenómenos subjetivos (principios, valores, normas, conciencia de clase). Esta última, se halla debidamente socializada, aceptada y aplicada -sea de manera formal o informal-, producto de la acción desplegada por las generaciones adultas sobre las generaciones jóvenes expresada  en  la  transmisión  de aquel cumulo de pautas culturales socialmente aceptadas y sancionadas por el colectivo social.

Lo cierto es que en ambos niveles, la comprensión de las acciones que en ella tienen lugar, se desarrollan en el principio amplio de verificabilidad que sólo puede ser aplicado colaborando con los “otros” mediante el control mutuo, guiados por las deliberaciones lingüísticas y las informaciones verbales que hacen que las proposiciones (sentidos) formuladas sean inteligibles, y que suponen “alteregos”; es decir, situar al otro al frente, donde ambos se saben dotados del intelecto, capaces de comprender el sistema lingüístico (lenguaje), de interpretar las proposiciones, además de verificar el sentido de la acción social.

A pesar de tales evidencias es posible apreciar orientaciones epistemológicas predominantes y hegemónicas que planteaban que los hechos sociales poseían un carácter externo (objetividad) ajenos de aquellas influencias internas (subjetividad); cual es el planteamiento sociológico principal del francés Emile Durkheim (1857 – 1917), quién trata los hechos sociales como cosas externas a la mente, “que debían estudiarse empíricamente, no filosóficamente”; en razón a que las “cosas no pueden concebirse mediante una actividad puramente mental, se requieren de datos del exterior de la mente” (Ritzer, 1993, p. 225).

Con tales argumentos, históricamente se ha pretendido  partir del supuesto que los hechos sociales en tanto poseen ese carácter externo, necesariamente requieren para su comprensión de acciones metodológicas que se encuentran reservadas a una comunidad académica científica; quienes son los que en última instancia, apoyados por técnicas de investigación objetivistas, tienen la capacidad de captar el mundo social en una supuesta integralidad y/o totalidad, pero que al mismo tiempo, impiden el contacto e influencia directa entre el investigador y esa realidad que aspira aprehender y describir empíricamente.

Esta forma de comprensión de la realidad social otorga cierta supremacía a la visión  científica  (objetivismo),  en  desmedro de aquellas miradas particulares de los agentes (sujetos) en la comprensión de los fenómenos, a través de representaciones y significaciones que construyen acerca del mundo social, producto de sus actividades cotidianas (subjetivismo) y que resultan ser mucho más profundas, significativas y relevantes para el abordaje natural de la realidad del mundo social.

A estas miradas particulares, bien podríamos considerar como posicionamientos subjetivos producidos por los agentes sociales, que a diferencia del anterior -objetivismo-, recurren a métodos menos dogmáticos y convencionales –aunque no por ello, menos rigurosos y estructurados-, para observar y comprender el mundo social con mayor proximidad a la realidad natural, la especificidad y la particularidad de las cosas; aunque sin pretender construirla y explicarla artificialmente a partir de regularidades y con aspiraciones generalizadoras.

Lejos de construir miradas unilineales, dogmáticas y/o convencionales –cual ha sido una praxis cotidiana del objetivismo-, los posicionamientos subjetivistas, asumen características investigativas particulares, flexibles, creativas e imaginativas que posibilitan arribar a comprensiones cada vez más detalladas, naturalistas, concretas e integrales de la realidad del mundo social.

De la descripción de ambos posicionamientos epistemológicos (objetivista y subjetivista), podríamos afirmar que “así como el objetivismo universaliza la relación docta con el objeto de la ciencia, el subjetivismo universaliza la experiencia que el sujeto del discurso docto hace de sí mismo en cuanto sujeto” (Bourdieu, 2007, p.74).

Lo subjetivo se refiere a “algo que ocurre exclusivamente en el reino de las ideas mientras lo objetivo hace referencia a eventos reales y materiales” (Ritzer,1993, pp. 605-606); deduciéndose con ello, que los fenómenos sociales objetivos tienen una existencia material real que hace posible tocarlos y describirlos; pero también existen fenómenos sociales subjetivos que existen exclusivamente en el mundo de las ideas y que carecen de una existencia material como ser los procesos mentales.

La cuestión de la objetividad y subjetividad implica al menos, tomar en cuenta los siguientes aspectos:

 

distinguir entre realidad y nuestras representaciones de la misma; delimitar el alcance de nuestras ideas (hasta donde son objetivas, hasta donde son subjetivas); describir el conjunto de mecanismos  y  condiciones  que nos permiten construir sistemas de pensamiento objetivos; describir el conjunto de fenómenos subjetivos, sociales y culturales que intervienen en el proceso del conocimiento y relativizan su objetividad. (Di Tella, 2008, p.513)

 

Suponer la existencia de forma autónoma y pura en el campo científico-social tanto de lo objetivo como lo subjetivo, daría lugar a incurrir en ingenuidades científicas; pues ambas coexisten y mantienen una relación dialéctica; por lo que la “verdadera teoría y práctica científica debe superar esta oposición integrando en un sólo modelo el análisis de la experiencia de los agentes sociales y el análisis de las estructuras objetivas que hacen posible esa experiencia” (Bourdieu, 2001, p.80).

Por lo mismo, esta aparente separatividad entre lo objetivo y subjetivo es meramente descriptiva y arbitraria; toda vez que, en la realidad, los fenómenos sociales contienen ambos elementos tanto objetivos como subjetivos que se mezclan gradualmente con otros, para poder analizar la realidad social.

Asimismo, conviene tener presente que las Ciencias Sociales por lo general, no enfocan de manera directa e inmediata el mundo social de la vida que es común a todos nosotros, sino que recurre a idealizaciones y formalizaciones de comprensión de ese mundo social –objetos de conocimiento-, hábil y convenientemente elegidas por el sujeto cognoscente –mirada particular, específica y natural del fenómeno, objeto de estudio-; con lo cual se hace referencia directa al punto de vista subjetivo que siempre puede y debe ser efectuado en la comprensión e interpretación del mundo social.

De hecho, el mundo social constituye un cosmos complejo, múltiple, diverso y heterogéneo de actividades y realizaciones legítimamente humanas (1); reivindicándose con ello, al hombre como actor de ese mundo social, donde todas sus acciones, sentimientos y orientaciones adquieren valor y trascendencia en ese ambiente social que es compartido con los otros.

Bajo esa orientación, bien puede afirmarse que el estudio de la vida social no puede excluir al sujeto, que está implicado en  la construcción de la realidad objetiva que estudia y, donde el elemento central es el fenómeno-sujeto; un sujeto que sólo existe en tanto se comunica con sus semejantes. Por ello, el “énfasis no se encuentra ni en el sistema social ni en las relaciones funcionales que se dan en la vida social, sino en la interpretación de los significados del mundo (lebenswelt) y las acciones e interacciones de los sujetos sociales” (Chinche, 2009, p.26).

De esta forma, cuando el observador (sujeto) decide estudiar el mundo social desde su marco de referencia –sea éste objetivo o subjetivo-, delimita desde el inicio aquel sector o área del mundo social a ser estudiado; además de tomar en cuenta que las cosas sociales son comprensibles sólo si pueden ser reducidas a actividades humanas y éstas a su vez, sólo son comprensibles en tanto son capaces de mostrar aquellos móviles y/o motivos que guían el para qué y el porqué del sentido que orienta la acción de referencia social común, que explica los actos propios y la de los otros sujetos, con una clara intención de realizar objetivaciones.

Precisamente, el esfuerzo de objetivación conlleva realizar  un retorno intelectual científico necesario, con la finalidad de proporcionar explicaciones racionales acerca del fenómeno objeto de estudio en el cual se halla también inmerso el sujeto que investiga.

Así, cuando el cientista social utiliza los medios técnico- instrumentales y simbólicos de la ciencia para instaurarse como sujeto intelectual -que conoce el fenómeno-, en ningún momento se halla libre por completo de aquel o aquellos presupuestos, preconcepciones y prejuicios que se encuentran asociados al lugar que ocupa en ese campo o espacio social que aspira o pretende objetivar.

Bajoesa orientación, se busca lograr que aquellos determinismos objetivistas proporcionados por los instrumentos teóricos y técnicos que el investigador intelectual aplica para objetivar aquel fenómeno objeto de estudio, sean también aplicados contra sí mismo. Es decir, la capacidad de volverlos de alguna manera, contra sí mismos, de objetivar su propia posición a través de la objetivación del espacio en el interior del cual se definen la posición que ocupa y su visión primera de su posición y de las posiciones opuestas; a su capacidad de objetivar al mismo tiempo la intención misma de objetivar, de adoptar sobre  el  mundo,  y en especial sobre el mundo del que él mismo forma parte”. (Bourdieu, 2008, pp.27-28)


 

Mientras más pronto sea posible realizar estos retornos intelectuales sobre los cuales se objetiva la comprensión del mundo social, se hace menos infranqueable ir excluyendo progresiva y sistemáticamente de la “objetivación científica”, todas aquellas intenciones y/o movimientos perniciosos de privilegio y dominio otorgado por las técnicas e instrumentos de la ciencia fuertemente influenciados por el objetivismo.

 

Un objetivismo que ha adoptado como proyecto fundamental, el “establecer regularidades objetivas (estructuras, leyes, sistemas de relaciones, etc.), independientes de las conciencias y de las voluntades individuales

-que-, introduce  una  discontinuidad  truncada entre el conocimiento docto y el conocimiento práctico, expulsando al estado de „racionalizaciones“, de „prenociones“  o  de „ideologías“ las representaciones más o menos explícitas de las que el último se arma”. (Bourdieu, 2007, pp.44-45)

 

Frente a ello, se hace prioritario dirigir los esfuerzos intelectuales por reposicionar y orientar un trabajo científico con base en instrumentos de un conocimiento reflexivo que en todo momento valore las posibilidades y los limites sociales de esa labor científica que, en esencia, representa ese mecanismo estratégico fundamental y esencial de la vigilancia epistemológica.

De este modo, se viabiliza el avance del conocimiento en el campo científico, asumiendo en perspectiva, que el progreso de la ciencia debe buscar, por un lado, la visualización y superación de aquellos obstáculos que atañen exclusivamente a la ciencia y, por otro, la necesidad de ocupar una posición determinada en el campo del conocimiento social, cuyo interés no sea otro que el beneficio científico colectivo.

A esto también debe agregarse la actitud vigilante y de estar siempre atentos a las tentaciones egoístas de los hombres de ciencia (investigadores) de servirse y hacer de ella, un instrumento privilegiado de poder para progresar y triunfar socialmente al interior de la comunidad científica.

Precisamente, el esfuerzo de objetivación científica constituye un interesante mecanismo estratégico de vigilancia epistemológica que busca arribar en las profundidades de las disposiciones y los intereses que el investigador mismo debe a su trayectoria y a su posición    y también hacia su práctica científica, hacia los presupuestos que ella compromete en sus conceptos y sus problemáticas, y en todas las aspiraciones éticas o políticas asociadas a los intereses sociales inherentes a una posición en el campo científico(Bourdieu, 2007, p.28).

 

De ahí que es urgente y necesario, realizar retornos teóricos hacia aquellas condiciones de la construcción del conocimiento que revalorice y privilegie nuevas formas y/o maneras de concebir la actividad intelectual; que se halle frontalmente opuesta a la figura del intelectual “total” positivista y en su lugar,  oriente   su actividad, interés y preocupación por reconciliar aquellas intenciones teóricas y prácticas no convencionales.

Es decir, asumir una verdadera vocación científica, ética, política y de responsabilidad a la hora de realizar la tarea investigativa, alejada definitivamente del dogma positivista y la ciencia pura que sólo ha privilegiado la supremacía de la objetividad sobre la subjetividad.

Tal supremacía supuesta, se ha edificado ajena de los límites de validez de los productos obtenidos bajo esas condiciones; es decir, protegida contra cualquier cuestionamiento, contra toda forma de objetivación y de reflexividad; la misma que para efectos de este análisis, es entendida como ese trabajo mediante el cual la ciencia social, tomándose a sí misma como objeto, se sirve de sus propias armas para entenderse y controlarse, es un medio especialmente eficaz de reforzar las  posibilidades  de  acceder  a  la verdad reforzando sus censuras mutuas ofreciendo los principios de una crítica técnica, que permite controlar con mayor efectividad los factores adecuados para facilitar la investigación.(Bourdieu, 2003, pp.154-155)

 

Con ello, no se pretende edificar una nueva forma de saber absoluto, simplemente ejercer una vigilancia epistemológica cuyos obstáculos son primordialmente de tipo social.

Se trata, por lo tanto, de ir visualizando aquellas relaciones que se establecen entre el observador y el observado que –dada su especificidad-, constituyen genuinos casos particulares de la relación entre el conocer y el hacer, entre la interpretación y la utilización de instrumentos lógicos, que son acciones constitutivas propias de la actividad intelectual (representaciones iniciales).

Esto en razón a que los sujetos, los grupos y comunidades sociales son entes pensantes que se constituyen y autoconstituyen con autonomía, dando lugar a que sean percibidos y definidos no sólo por lo que son o conforman, sino fundamentalmente por lo que tienen como construcción de su ser, por un ser percibidos; que si bien depende de su ser, en ningún momento quedan reducidos a ese ser; pero que de forma sistemática, el discurso intelectual clásico ha obviado mencionar en la expresión de su verdad científica.

Bajo esa lógica, es posible deducir una interacción dialéctica en la relación sujeto (hombre que conoce) y objeto (seres susceptibles de ser conocidos), actuando y reaccionando continua y recíprocamente el uno sobre el otro. Interacción que permite al sujeto actuar sobre las cosas (objeto), explorarlas y probarlas; donde las cosas pueden resistir o ceder a esa acción que es de afectación recíproca, dinámica y cíclica por un lado y, por otro, constituye el nexo ineludible entre la racionalidad y la realidad, ya que, a partir de ello, es posible establecer una correspondencia del pensamiento con su objeto, cual representa esa condición general formal y necesaria del pensamiento integral y verdadero. Esta interacción dialéctica sujeto-objeto, se desarrolla en los marcos de una reestructuración de los sistemas del conocimiento–en este caso la teoría del constructivismo-, donde los objetos de conocimiento no se identifican con la totalidad de la realidad (2), sino que simplemente son recortes de esa realidad, que constituyen objetos intencionales producidos por actividades significativas; donde el objeto de conocimiento adquiere sentido, en tanto se encuentra directamente vinculada con el sujeto y, porque esa actividad constructiva del objeto de conocimiento, involucra una interacción y aproximación progresiva a esa realidad, aunque sin capturarlo definitivamente en su totalidad e integralidad.

Más aún en el caso de las Ciencias Sociales, los objetos sociales poseen características peculiares que tienen que ver con el modo de conocer esa realidad; pues los sujetos que buscan comprenderla, son sujetos sociales que intentan conocer a un objeto que a ellos mismos -como sujetos- los constituye y que a su vez, son determinados por la trama significativa de contextos de significación (lugares y prácticas sociales que diferencian y particularizan el conocimiento social), donde no es posible hallar niveles de estabilidad, predicción y regularidad en la comprensión del objeto.

Así, el vínculo sujeto-objeto, la posibilidad de afectación mutua y la constitución perceptual de una realidad diversa y singular en cada conciencia, constituyen desafíos de primer orden para la ciencia que tiene dos alternativas: o bien debe llegar a describir el mundo en el que coincidan y valoren las intencionalidades fenomenológicas, o bien, debe construir la explicación del mundo, asumiendo la separatividad del sujeto-objeto, como condición básica y esencial en la descripción precisa y objetiva de la realidad singular.

Bajo tales perspectivas, la ciencia social debe tomar en cuenta las dos especies de propiedades que están objetivamente ligadas a ella: por un lado, unas propiedades materiales que, empezando por el cuerpo, se dejan enumerar y medir como cualquier otra cosa del mundo físico, y por otro unas propiedades simbólicas que no son más que las propiedades materiales cuando son percibidas y apreciadas en sus relaciones mutuas, es decir como propiedades distintivas. (Bourdieu, 2007, p.217)

 

Por lo tanto, aquello que realmente está en juego es el “grado en el cual aquel que objetiva acepta ser capturado en su trabajo de objetivación” (Bourdieu, 2007, p.36); aunque para ello, es condición sine qua non, romper definitivamente la “relación objetivista con el objeto… que representa una forma estratégica de mantener las distancias, un rechazo a tomarse como objeto,  a ser capturado con el objeto” (Bourdieu, 2007, p.37); que vaya más allá de realizar análisis someros sobre la posición social desde los cuales se construyen los discursos acerca del mundo social y donde inexorablemente se hallan inmersos a modo de coexistencia, los posicionamientos objetivistas y subjetivistas.

Es más, en el análisis de la realidad social, conviene plantearse una especie de subjetividad-objetivante, que se expresa como aquel o aquellos modos operativos que son propiamente humanos y que otorgan inteligibilidad (significación) al mundo que nos rodea.

Asumir esta subjetividad-objetivante, nos hace ver la imposibilidad de los sentidos de aprehender por sí mismos aquello que nos es externo sin una efectiva intervención interna, en este caso la de nuestro cerebro que permite pasar de los meros preceptos hacia la construcción de conceptos y los objetos mentales.

Por lo mismo, objetivamos el mundo asumiendo que lo hacemos desde nosotros mismos, desde nuestra subjetividad, desde nuestra propia actividad mental y reflexión científica que supone “un verdadero distanciamiento del investigador respecto a lo que cree, a lo que sabe, a lo que percibe, respecto al objeto de su estudio y a sus hipótesis fundamentales” (Morin,1995, p.62).

Ello implica en un primer momento, desarrollar ciertas aptitudes para dejar de lado aquellos productos del pensamiento anterior recibidos por tradición, hábitos e incluso el propio pensamiento, con la intención de examinarlo de forma distanciada; para luego, en un segundo momento, realizar prospecciones sistemáticas, cuya finalidad no sea otra que focalizar nuestra atención, en los problemas centrales de ese pensamiento recibido por tradición, que favorezca el ejercicio de la duda científica y de la imaginación creativa del investigador.

De hecho, creemos que el verdadero “análisis social debe implicar algo más que la mera combinación de la objetivación estadística de las estructuras con informes interpretativos de las experiencias primarias y las representaciones de los agentes” (Bourdieu, 2001, p. 84); pues ante todo, debe tomarse en cuenta aquellos aspectos subjetivos en el análisis social, como posibilidad real y viable de captar lo esencial de la acción social, valorando esa mirada particular y específica del investigador que ocupa una posición en el mundo que describe y la aspiración reflexiva científica -como intención- de develar la verdad del mundo social. En esa dirección, una de las premisas predominantes con relación a la aplicabilidad del término verdad, ha sido concebida como aquella forma de adecuación o identidad del pensamiento con la realidad que el sujeto convierte en objeto, como “principio regulador; y que, aunque no hay ningún criterio general mediante el cual reconocer la verdad, excepto quizás la verdad tautológica, hay algo similar a criterios de progreso hacia la verdad” (Popper,1994, p.277).

Haciendo un rápido estado del arte respecto a la comprensión integral del término verdad (3), es posible vislumbrar algunos reduccionismos y limitaciones principalmente de orden lingüístico, en tanto que sólo el lenguaje científico –tanto de nivel empírico o de nivel teórico-, sean identificadas como la razón teórica y por tanto, la verdad científica; descartando aquellas otras verdades que el hombre continuamente busca, apremiado esencialmente por las necesidades, intereses, objetivos y fines resultantes de sus continuas interacciones con la praxis cotidiana (actividad humana), que generalmente han sido excluidas.

Este triunfalismo de la razón teórica asumida como la verdad científica tiene como contrapartida la incapacidad de superar (...), el simple registro de la dualidad de las vías de conocimiento, la vía de la apariencia y la vía de la verdad, doxa y episteme, sentido común y ciencia, y la impotencia de conquistar para la ciencia la verdad de aquello contra lo cual se construye la ciencia. (Bourdieu, 2007, pp.60-61)

 

De ahí que concebir la verdad en una dimensión de integralidad, implica dejar de lado ciertos posicionamientos convencionales que la sitúan en el núcleo de una suerte de relación de fuerzas, de lucha de interpretaciones y hasta en algunos casos, como espacio ideal de negociaciones del conocimiento. Orientaciones tales que han dejado de lado asumirla como “aquella forma pasiva de adecuación a un objeto material, que se supusiera situado por fuera de las discusiones que en la comunidad científica estipulan las formas de abordarlo” (Follari, 2000, p.45).

Frente a tales tendencias, resulta oportuno asumir un enfoque integrador de la verdad donde conocimiento, praxis y comunicación mediatizados por la realidad –la misma que se halla históricamente determinada-, posibiliten la rica construcción de la verdad, reconociendo que ella jamás podrá ser alcanzada plena y totalmente.

Por otro lado, dadas las características que implica abordarla integralmente, debe reconocerse que éste es un proceso y resultado del devenir humano; un espacio de pugna por imponer la interpretación concreta y legitimada que refleja la lucha y disputa de poder al interior de la comunidad científica; un producto de la actividad del hombre en tanto sujeto inserto en un contexto sociohistórico y en relación con la realidad que convierte en objeto de conocimiento, aquella praxis y valores que intercambia con otros sujetos.

La verdad como pugna y disputa por imponer la interpretación legitimada, permite pensar incluso todos los mecanismos concretos de lucha por el poder dentro…. de la comunidad científica y estipular como necesario que los


que la conforman puedan autointerpretarse como parte de esa lucha, y no como buscadores abstractos de una verdad descarnada y concebida como provista exclusivamente por características propias del objeto de análisis. (Follari, 2000, p.45).

 

A su vez, debe tomarse en cuenta que cada generación construye verdades que se hallan limitadas por la historia, la cultura, las condiciones de su producción, pero que al mismo tiempo participa de lo absoluto; sin dejar de lado, que tanto lo absoluto y lo relativo, son momentos inseparables y constitutivos de la verdad en su unidad y diferencia. Lo cierto es que la verdad constituye

 

una acción y construcción eminentemente humana, resultante del consenso y el lenguaje-como sistema lingüístico- en el que se ponen de manifiesto las auténticas intencionalidades de los individuos o grupos, por medio del diálogo y la reflexión crítica. Cuando ese lenguaje va transformándose –con el transcurrir del tiempo y la historia-, tiende a anular progresivamente formas y estilos anteriores que son reflejo de una verdad anterior; pero también va generándose otra realidad de lo “real” (4), que se estructura y organiza a partir de lógicas intencionalidades y valoraciones de quienes se apropian de ese nuevo lenguaje. (Chinche, 2013, p.61)

 

De esta forma, la verdad en tanto proceso histórico de disputa por imponer aquella interpretación y/o autointerpretación legitimada es relativa y no absoluta. Si la verdad se construye  en la actividad humana que -a su vez-, representa el modo de  ser del hombre, fundados en sus necesidades, motivaciones, expectativas, intereses y fines; su revelación no es sólo un producto cognoscitivo desentrañador de esencias, sino también constituye aquella actuación práctica transformadora del hombre, en correspondencia con el significado que adquiere la realidad y los deseos de satisfacción humana. Esto en razón de que al ser humano, no sólo le interesa averiguar qué son las cosas, cuál es su esencia, sino ante todo, para qué sirve, qué necesidad satisface o qué interés resuelve.

Por  lo mismo, la verdad es la “relatividad generalizada de  los puntos de vista, dejando a un lado quién los constituye como tales al constituir el espacio de los puntos de vista” (Bourdieu, 2003, p.198). Dicho de otro modo, la verdad representa ese espacio central de todas las perspectivas, donde se integran    los puntos de vista parciales y se reconcilian todos aquellos puntos de vista y posicionamientos antagónicos enfrentados, mediante determinados procedimientos regulados y que luego, progresivamente se van integrando gracias a la confrontación racional.

En tal sentido, la praxis, conocimiento, valor y comunicación son aspectos inmanentes al proceso de develación progresiva y aproximativa –aunque jamás absoluta y totalitaria- de la verdad.

Sin menoscabar los aspectos que posibilitan la develación   de la verdad, creemos que merece especial atención la acción comunicativa; pues ella posibilita el intercambio de actividades y de resultados de la verdad, la cual se revela y se descubre en las relaciones intersubjetivas; dado que conocemos la verdad de lo que se hace…, pero para estar en regla con la idea oficial de lo que se hace, o con la idea obvia y evidente,  es preciso que esa decisión parezca que ha sido motivada por unas razones, unas razones lo más elevadas (...) posible.(Bourdieu, 2003, pp.49-50)

Así, los espacios comunicativos no sólo permiten ese intercambio de actividades y resultados, sino sobre todo, contribuyen a integrar en su síntesis, conocimiento, valor y praxis; donde el consenso y la razón como prácticas mediadoras, desempeñan lugares privilegiados para la legitimación de la verdad.


 

 

Por último, resulta pertinente señalar la importancia de la creación subjetiva humana que abre camino a la verdad, siendo inevitable soslayar el papel importante de la actividad humana y su estructura compleja que permite comprender lo que el hombre piensa, desea, actúa y la manera como intercambia los productos de su actividad, así como la cultura y, como parte de ella, los caminos del lenguaje.

 

 

REFLEXIONES FINALES

 

E

 
El presente trabajo, apenas busca generar reflexiones analíticas en torno a vislumbrar alternativas de respuestas en torno a la antinomia histórica construidas acerca de la Objetividad versus Subjetividad en el campo de las Ciencias Sociales.

En tal sentido, de lo que se trata es de ir construyendo referentes analítico-reflexivos desde los cuales sea posible ir desmantelando teóricamente, una de las antinomias que han primado en el campo científico-social referidas a los posicionamientos antagónicos entre objetivismo-subjetivismo y que han moldeado las prácticas y los productos de la ciencia social; además de encontrarse profundamente arraigadas en la percepción ordinaria del mundo social y político, así como el sentido común tanto científico como cotidiano.

De hecho, si revisamos aquellos fundamentos bajo los cuales se ha construido el edificio del conocimiento social y que ha mantenido en vilo esta clásica separatividad y distinción entre aquello considerado objetivo y aquello subjetivo, es posible apreciar cierta supremacía del primero -objetivismo- sobre el segundo-subjetivismo-, guiados por una intencionalidad de construir miradas unilineales, dogmáticas y convencionales acerca de la praxis social cotidiana, como eventos reales y materiales, con un claro afán de universalizar la relación docta con el objeto de las ciencias.


Por su parte, lo subjetivo asume características investigativas particulares, flexibles, creativas e imaginativas que permitan arribar a comprensiones cada vez más detalladas, naturalistas, concretas e integrales de la realidad del mundo social. A diferencia del objetivismo, el subjetivismo universaliza la experiencia que el sujeto del discurso docto hace de sí mismo en cuanto sujeto, reconociendo con ello, que si bien existen fenómenos sociales con existencia material real, también existen fenómenos sociales subjetivos que existen exclusivamente en el mundo de las ideas y que carecen de una existencia material como son los procesos mentales.

Los posicionamientos subjetivos reconocen ampliamente la importancia de las miradas particulares producidos por los agentes sociales para observar el mundo social en su estado natural, particular y especifico, sin pretender construirla y explicarla artificialmente a partir de regularidades y con aspiraciones generalizadoras.

De hecho, los posicionamientos subjetivistas lejos de pretender hallar regularidades y generalizaciones en la explicación del mundo social, buscan promover un saber social que recupere el sentido práctico, las particularidades, las especificidades y las subjetividades –valga la redundancia- de los sujetos como actores que construyen significantes, significados y discursos sobre los procesos sociales y el devenir histórico; valorando y reconociendo la contextualidad (contexto social), que es producido y reproducido en la praxis cotidiana a través de conductas colectivas cotidianas; además de considerar que la realidad social, es algo inacabado  y no marcha en un único sentido y dirección, pues en su seno, continuamente se van generando transformaciones no lineales o predeterminadas.

A esto, bien podríamos nombrar como aquella subjetividad- objetivante en las Ciencias Sociales, que constituye un modo operativo exclusivamente humano, mediante el cual resulta  poco menos que imposible que los sentidos puedan aprehender plenamente aquello presente en el exterior de la mente –la realidad en sentido amplio-, sin la intervención oportuna de aquel acervo interno (conocimientos previos, preconcepciones) y de la subjetividad, como elementos esenciales con los cuales es posible objetivar socialmente el mundo.

 

 

REFERENCIAS

 

Bourdieu, J.P. (2008). Homo academicus. Buenos Aires. Siglo XXI Bourdieu, J.P. (2007). El sentido práctico. Buenos Aires. Siglo XXI Bourdieu, J. P. (2003). El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad. Barcelona – España: Anagrama

Bourdieu, J. P. (2002). Pensamiento y acción. Buenos Aires: Libros del Zorzal

Bourdieu, J. P. (2001). Poder, derecho y clases sociales. Bilbao – España: Desclée de Brouwer

Chinche, S. M. (2013). La construcción del conocimiento en las ciencias sociales. Algunas reflexiones epistemológicas de rigor. Cochabamba – Bolivia: Kipus

Chinche, S. M. (2009). Significado que otorgan los estudiantes a las metodologías de enseñanza desarrolladas por los docentes de la carrera de psicología de la Universidad Mayor de san simón, de la Ciudad de cochabamba - bolivia. (documento tesis maestría). Santiago – Chile: Facso-Universidad de Chile

Di Tella, T.; Chumbita, H.; Gamba, S.; Gajardo, P. (2008). Diccionario de ciencias sociales y políticas. Buenos Aires: Emece

Follari, R. (2000). Epistemología y sociedad. Santa Fe Argentina: Homo sapiens

Morin, E. (1995). Sociología. Madrid: Tecnos

Popper, K. (1994). Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico. Barcelona – España: Paidós Ibérica

Ritzer, G. (1993). Teoría sociológica clásica. Madrid: Mcgrawhill/Interamericana


 

 

NOTAS DE REFERENCIA

 

(1).                   Estas actividades y realizaciones legítimamente humanas, quedan reflejadas en aquel conjunto de mecanismos y condiciones que facilitan la construcción de sistemas de pensamientos y representaciones sociales y culturales sobre la realidad de la vida social.

(2).                     La realidad es simplemente “lo dado”, lo “existente” y constituye la totalidad de aquello con que el hombre se relaciona o puede relacionarse en su devenir histórico. La realidad se constituye en objeto de conocimiento desde aquel momento que existe un sujeto que quiere y busca aprehenderla guiados por procedimientos metódicos.

(3)  Desde ya, la comprensión integral del concepto de verdad, resulta ser inacabado y hasta en algunos casos limitativo, dependiendo la óptica desde la cual se pretenda definirla. No obstante, dada su aplicación, bien podríamos señalar que la verdad tiende a la revelación de algo: hace referencia a la conformidad y completitud de una regla prevista; representa ciertos niveles de coherencia, utilidad, correspondencia y/o relación de normas, principios y teorías que dan cuenta de la explicación verosimil de aquel o aquellos fenómenos que son objeto de estudio.

(4)  De hecho, las luchas científicas se hallan arbitradas por la referencia directa hacia “lo real” construido.